Pío X, Santo
CCLVII Papa, Agosto 21
Martirologio Romano:
Memoria del papa san Pío X, que fue sucesivamente sacerdote con cargo
parroquial, obispo de Mantua y después patriarca de Venecia. Finalmente,
elegido Sumo Pontífice, adoptó una forma de gobierno dirigida a
instaurar todas las cosas en Cristo, que llevó a cabo con sencillez de
ánimo, pobreza y fortaleza, promoviendo entre los fieles la vida
cristiana por la participación en la Eucaristía, la dignidad de la
sagrada liturgia y la integridad de la doctrina (1914).
Giuseppe Melchiorre
Sarto, quien luego sería el Papa Pío X nació el 2 de Junio de 1835 en
Riese, provincia de Treviso, en Venecia. Sus padres fueron Giovanni
Battista Sarto y Margarita Sanson. Su padre fue un cartero y murió en
1852, pero su madre vivió para ver a su hijo llegar a Cardenal. Luego de
terminar sus estudios elementales, recibió clases privadas de latín por
parte del arcipreste de su pueblo, Don Tito Fusarini, después de lo
cual estudió durante cuatro años en el gimnasio de Castelfranco Veneto,
caminando de ida y vuelta diariamente.
En 1850 recibió la
tonsura de manos del Obispo de Treviso y obtuvo una beca de la Diócesis
de Treviso para estudiar en el seminario de Padua, donde terminó sus
estudios filosóficos, teológicos y de los clásicos con honores. Fue
ordenado sacerdote en 1858, y durante nueve años fue capellán de
Tómbolo, teniendo que asumir muchas de las funciones del párroco, puesto
que éste ya era anciano e inválido. Buscó perfeccionar su conocimiento
de la teología a través de un estudio asiduo de Santo Tomás y el derecho
canónico; al mismo tiempo estableció una escuela nocturna para la
educación de los adultos, y siendo él mismo un ferviente predicador,
constantemente era invitado a ejercer este ministerio en otros pueblos.
En 1867 fue nombrado
arcipreste de Salzano, un importante municipio de la Diócesis de
Treviso, en donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y
mantenimiento del hospital con sus propios medios, en congruencia con su
habitual generosidad hacia los pobres; especialmente se distinguió por
su abnegación durante una epidemia de cólera que afectó a la región.
Mostró una gran solicitud por la instrucción religiosa de los adultos.
En 1875 creó un reglamento para la catedral de Treviso; ocupó varios
cargos, entre ellos, el de director espiritual y rector del seminario,
examinador del clero y vicario general; más aún, hizo posible que los
estudiantes de escuelas públicas recibieran instrucción religiosa. En
1878, a la muerte del Obispo Zanelli, fue elegido vicario capitular. El
10 de Noviembre de 1884 fue nombrado Obispo de Mantua, en ese entonces
una sede muy problemática, y fue consagrado el 20 de Noviembre. Su
principal preocupación en su nuevo cargo fue la formación del clero en
el seminario, donde, por varios años, enseñó teología dogmática y,
durante un año, teología moral. Deseaba seguir el método y la teología
de Santo Tomás, y a muchos de los estudiantes más pobres les regaló
copias de la “Summa Theologica”; a la vez, cultivó el Canto Gregoriano
en compañía de los seminaristas. La administración temporal de la sede
le impuso grandes sacrificios. En 1887 celebró un sínodo diocesano.
Mediante su asistencia en el confesionario, dio ejemplo de celo
pastoral. La Organización Católica de Italia, conocida entonces como la
“Opera dei Congressi”, encontró en él a un celoso propagandista desde su
ministerio en Salzano. En el consistorio secreto celebrado en Junio de
1893, León XIII lo creó Cardenal, con el título de San Bernardo de las
Termas; y en el consistorio público, tres días más tarde, fue
preconizado Patriarca de Venecia, conservando mientras tanto el título
de Administrador Apostólico de Mantua. El Cardenal Sarto fue obligado a
esperar dieciocho meses, antes de tomar posesión de su nueva diócesis,
debido a que el gobierno italiano se negaba a otorgar el exequatur,
reclamando que el derecho de nominación había sido ejercido por el
Emperador de Austria. Este asunto fue tratado con amargura en periódicos
y panfletos; el Gobierno, a manera de represalia, rehusó extender el
exequatur a los otros obispos que fueron nombrados durante este tiempo,
por lo que el número de sedes vacantes creció a treinta. Finalmente, el
ministro Crispi, habiendo regresado al poder, y la Santa Sede, habiendo
elevado la misión de Eritrea a la categoría de Prefectura Apostólica en
atención a los Capuchinos Italianos, motivaron al Gobierno a retractarse
de su posición original. Esta oposición no fue causada por ninguna
objeción contra la persona de Sarto. En Venecia el cardenal encontró un
estado de cosas mucho mejor que el que había hallado en Mantua. También
allí puso gran atención en el seminario, donde logró establecer la
facultad de derecho canónico. En 1898 celebró el sínodo diocesano.
Promovió el uso del Canto Gregoriano y fue gran benefactor de Lorenzo
Perosi; favoreció el trabajo social, especialmente los bancos en las
parroquias rurales; se dio cuenta de los peligros que entrañaban ciertas
doctrinas y conductas de algunos Cristiano-Demócratas y se opuso
enérgicamente a ellas. El Congreso Eucarístico Internacional de 1897, en
el centenario de San Gerardo Sagredo (1900), la bendición de la primera
piedra del nuevo campanario de San Marcos y la capilla conmemorativa en
el Monte Grappa (1901) fueron eventos que dejaron una profunda
impresión en él y en su gente. A la muerte de León XIII, los cardenales
se reunieron en cónclave y, después de varias votaciones, Giuseppe Sarto
fue elegido el 4 de Agosto al obtener 55 de 60 votos posibles. Su
coronación tuvo lugar el siguiente Domingo, 9 de Agosto de 1903.
En su primera
Encíclica, deseando revelar hasta cierto punto su programa de trabajo,
mencionó el que sería el lema de su pontificado: “instaurare omnia in
Christo” (Ef 1,10). En consecuencia, su mayor atención giró siempre
sobre la defensa de los intereses de la Iglesia. Pero ante todo, sus
esfuerzos también se dirigieron a promover la piedad entre los fieles, y
a fomentar la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, y, si era
posible, hacerla diariamente (Decr. S. Congr. Concil., 20 de Diciembre,
1905), dispensando a los enfermos de la obligación de ayunar para poder
recibir la Sagrada Comunión dos veces al mes, o incluso más (Decr. S.
Congr. Rit., 7 de Diciembre, 1906). Finalmente, mediante el Decreto
“Quam Singulari” (15 de Agosto, 1910), recomendó que la Primera Comunión
en los niños no se demorara demasiado tiempo después de que alcanzaran
la edad de la discreción. Fue por deseo suyo que el Congreso Eucarístico
de 1905 se celebró en Roma, mientras que aumentó la solemnidad de los
congresos Eucarísticos posteriores mediante el envío de cardenales
legados. El quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la
Inmaculada Concepción fue una ocasión que supo aprovechar para impulsar
la devoción a María (Encíclica “Ad illum diem”, Febrero 2,1904); y el
Congreso Mariano junto con la coronación de la imagen de la Inmaculada
Concepción en el coro de la Basílica de San Pedro fueron una digna
culminación de la solemnidad. Fuera como simple capellán, como obispo, y
como patriarca, Giuseppe Sarto fue siempre un promotor de la música
sacra; como Papa publicó, el 22 de Noviembre de 1903, un Motu Proprio
sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el
auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes, mientras
dispuso que los libros de cantos se imprimieran con el tipo de fuente
del Vaticano bajo la supervisión de una comisión especial. En la
Encíclica “Acerbo nimis” (Abril 15, 1905), planteó la necesidad de que
la instrucción catequética no se limitara a los niños, sino que también
fuera dirigida hacia los adultos, dando para ello reglas detalladas,
especialmente en lo referente a escuelas adecuadas para la impartición
de la instrucción religiosa a los estudiantes de escuelas públicas, y
aun de universidades. Promovió la publicación de un nuevo catecismo para
la Diócesis de Roma.
Como obispo, su
principal preocupación había sido la formación del clero, y de acuerdo
con este propósito, una Encíclica dirigida al Episcopado Italiano (Julio
28, 1906) hacía énfasis en la necesidad de tener mayor cuidado en la
ordenación de sacerdotes, llamando la atención de los obispos sobre el
hecho de que, entre los clérigos más jóvenes, se manifestaba cada vez
con mayor frecuencia un espíritu de independencia que era una amenaza
para la disciplina eclesiástica. En beneficio de los seminarios
italianos, ordenó que fueran visitados regularmente por los obispos, y
promulgó un nuevo programa de estudios que había estado en uso en el
Seminario Romano. Por otra parte, como las diócesis del Centro y Sur de
Italia eran tan pequeñas que sus seminarios respectivos no podían
prosperar, Pío X estableció el seminario regional, que es común para las
sedes de una región dada; en consecuencia, muchos seminarios, pequeños y
deficientes, fueron cerrados.
Para una mayor
eficacia en la asistencia a las almas, a través de un Decreto de la
Sagrada Congregación del Consistorio (Agosto 20, 1910), promulgó
instrucciones concernientes a la remoción de párrocos como un acto
administrativo, cuando tal procedimiento requería de graves
circunstancias que podían no constituir una causa canónica para la
destitución. Con motivo de la celebración del jubileo de su ordenación
sacerdotal, dirigió una carta llena de afecto y prudentes consejos a
todo el clero. Por un Decreto reciente (Noviembre 18, 1910), el clero
había sido impedido de tomar parte en la administración temporal de
organizaciones sociales, lo cual era causa frecuente de graves
dificultades.
Pero por sobre todas
las cosas, la principal preocupación del Papa era la pureza de la fe. En
varias ocasiones, como en la Encíclica con respecto al centenario de
San Gregorio Magno, Pío X resaltaba los peligros de ciertos métodos
teológicos nuevos, los cuales, basándose en el Agnosticismo y el
Immanentismo, por fuerza suprimían la doctrina de la fe de sus
enseñanzas de una verdad objetiva, absoluta e inmutable, y más aun
cuando estos métodos se asociaban con una crítica subversiva de las
Sagradas Escrituras y de los orígenes del Cristianismo. Por esta razón,
en 1907, publicó el Decreto “Lamentabili” (llamado también el Syllabus
de Pío X), en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron
condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas
Escrituras, su inspiración y la doctrina de Jesús y los Apóstoles,
mientras otras se relacionaban con el dogma, los sacramentos, la
primacía del Obispo de Roma. Inmediatamente después de eso, el 8 de
Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía
y condenaba el sistema del Modernismo. Este documento hace énfasis
sobre el peligro del Modernismo en relación con la filosofía,
apologética, exégesis, historia, liturgia y disciplina, y muestra la
contradicción entre esa innovación y la fe tradicional; y, finalmente,
establece reglas por las cuales combatir eficazmente las perniciosas
doctrinas en cuestión. Entre las medidas sugeridas cabe señalar el
establecimiento de un cuerpo oficial de “censores” de libros y la
creación de un “Comité de Vigilancia”. Posteriormente, mediante el Motu
Proprio “Sacrorum Antistitum”, Pío X llamó la atención en los
interdictos de la Encíclica y las disposiciones que habían sido
establecidas previamente bajo el pontificado de León XIII sobre la
predicación, y sancionó que todos aquellos que ejercieran el sagrado
ministerio o quienes enseñaran en institutos eclesiásticos, así como
canónigos, superiores del clero regular, y aquellos que servían en
oficinas eclesiásticas, deberían tomar un juramento en el que se
comprometían a rechazar los errores que eran denunciados en la Encíclica
o en el Decreto “Lamentabili”. Pío X retomó este asunto vital en otras
ocasiones, especialmente en las Encíclicas que fueron escritas en
conmemoración de San Anselmo (Abril 21, 1909) y de San Carlos Borromeo
(Junio 23, 1910), en la segunda de las cuales el Modernismo Reformista
fue especialmente condenado. Como el estudio de la Biblia es, a la vez,
el área más importante y más peligrosa de la teología, Pío X deseaba
fundar en Roma un centro especial para esos estudios, que les diera la
garantía inmediata de una ortodoxia incuestionable y un valor
científico; en consecuencia, y con el apoyo de todo el mundo católico,
se estableció el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, bajo la dirección
de los jesuitas.
Una necesidad sentida
durante mucho fue la de codificar la Ley Canónica, y con la intención
de llevarla a cabo, el 19 de Marzo de 1904, Pío X creó una congregación
especial de cardenales, de la que Gasparri, convertido en cardenal,
sería el secretario. Las más eminentes autoridades en derecho canónico
de todo el mundo, colaboraron en la formación del nuevo código, algunas
de cuyas prescripciones ya habían sido publicadas, como por ejemplo, las
modificaciones a la ley del Concilio de Trento en lo referente a los
matrimonios secretos, las nuevas reglas para las relaciones diocesanas y
para las visitas episcopales ad limina, y la nueva organización de la
Curia Romana (Constitución “Sapienti Consilio”, Junio 29, 1908).
Anteriormente, las Congregaciones para las Reliquias e Indulgencias y de
Disciplina habían sido suprimidas, mientras que la Secretaría de
Asuntos Menores había sido unida a la Secretaría de Estado. La
característica del nuevo reglamento es la completa separación de los
aspectos judiciales de los administrativos; mientras que las funciones
de algunos departamentos habían sido determinadas con mayor precisión y
sus trabajos más equilibrados. Las oficinas de la Curia se dividieron en
Tribunales (3), Congregaciones (11), y Oficinas (5). Con respecto a los
primeros, el Tribunal de Signatura (constituido exclusivamente por
cardenales) y el de la Rota fueron revividos; al Tribunal de la
Penitenciaría le fueron dejados únicamente los casos del fuero interno
(conciencia). Las Congregaciones permanecieron casi como estaban al
principio, con la excepción de que una sección especial fue agregada al
Santo Oficio de la Inquisición para las indulgencias; la Congregación de
Obispos y Regulares recibió el nombre de Congregación de Religiosos y
tendría que tratar únicamente los asuntos de las congregaciones
religiosas, mientras los asuntos del clero secular serían derivados a la
Congregación del Consistorio o a la del Concilio; de este último fueron
retirados los casos matrimoniales, los cuales serían ahora enviados a
los tribunales o a la recientemente creada Congregación de los
Sacramentos. La Congregación del Consistorio aumentó grandemente su
importancia debido a que tendría que decidir sobre cuestiones que eran
competencia de las otras Congregaciones. La Congregación de Propaganda
perdió mucho de su territorio en Europa y América, donde las condiciones
religiosas habían comenzado a estabilizarse. Al mismo tiempo, fueron
publicadas las reglas y regulaciones para empleados, y aquellas para los
diferentes departamentos. Otra Constitución reciente presenta una
relación de las sedes suburbicarias.
La jerarquía Católica
incrementó grandemente su número durante los primeros años del
pontificado de Pío X, en los que se crearon veintiocho nuevas diócesis,
la mayoría en los Estados Unidos, Brasil y las Islas Filipinas; también
una abadía nullius, 16 vicariatos Apostólicos y 15 prefecturas
Apostólicas.
León XIII llevó la
cuestión social dentro del ámbito de la actividad eclesial; Pío X
también deseó que la Iglesia cooperara, o, mejor aún, desempeñara un
papel de liderazgo en la solución de la cuestión social; sus puntos de
vista en esta materia fueron formulados en un syllabus de diecinueve
proposiciones, tomadas de diferentes Encíclicas y otras Actas de León
XIII, y publicadas en un Motu Proprio (Diciembre 18, 1903),
especialmente para la orientación en Italia, donde la cuestión social
era un asunto espinoso a principios de su pontificado. Buscó
especialmente reprimir ciertas tendencias que se inclinaban hacia el
Socialismo y promovían un espíritu de insubordinación a la autoridad
eclesiástica.
Como resultado del
aumento constante de divergencias, la “Opera dei Congressi”, la
asociación Católica más grande de Italia, fue disuelta. No obstante,
inmediatamente después la Encíclica “Il fermo proposito” (Junio 11,
1905) provocó la formación de una nueva organización, constituida por
tres grandes uniones, la Popular, la Económica y la Electoral. La
firmeza de Pío X logró la eliminación de, por lo menos, los elementos
más discrepantes, posibilitando, ahora sí, una verdadera acción social
Católica, aunque subsistieron algunas fricciones. El deseo de Pío X es
que la clase trabajadora sea abiertamente Católica, como lo expresó en
una memorable carta dirigida al Conde Medolago-Albani. También en
Francia, el Sillon, después de un origen prometedor, había dado un giro
que lo acercaba a la ortodoxia del extremismo democrático social; y los
peligros de esta relación fueron expuestos en la Encíclica “Notre charge
apostolique” (Agosto 25, 1910), en la cual los Sillonistas fueron
conminados a mantener sus organizaciones bajo la autoridad de los
obispos.
En sus relaciones con
los Gobiernos, el pontificado de Pío X tuvo que mantener luchas
dolorosas. En Francia el papa heredó disputas y amenazas. La cuestión
“Nobis nominavit” fue resuelta con la condescendencia del papa; pero en
lo referente al nombramiento de obispos propuestos por el Gobierno, la
visita del presidente al Rey de Italia, con la consiguiente nota de
protesta, y la remoción de dos obispos franceses, deseada por la Santa
Sede, se convirtieron en pretextos del Gobierno en París para el
rompimiento de las relaciones diplomáticas con la Corte de Roma.
Mientras tanto la ley de Separación ya había sido preparada, despojando a
la Iglesia de Francia y prescribiendo, además, una constitución para la
misma , la cual, si bien no era abiertamente contraria a su naturaleza,
por lo menos entrañaba grandes peligros para ella. Pío X, sin prestar
atención a los consejos oportunistas de quienes tenían una visión corta
de la situación, rechazó firmemente consentir en la formación de las
asociaciones cultuales. La separación trajo cierta libertad a la Iglesia
de Francia, especialmente en materia de la elección de sus pastores.
Pío X, sin buscar represalias, todavía reconoció el derecho francés de
protectorado sobre los Católicos en el Este. Algunos párrafos de la
Encíclica “Editae Saepe”, escrita en ocasión del centenario de San
Carlos Borromeo, fueron mal interpretadas por los Protestantes,
especialmente en Alemania, por lo que Pío X elaboró una declaración
refutándolos, sin menoscabo a la autoridad de su alto cargo. En ese
tiempo (Diciembre, 1910), se temían complicaciones en España, así como
la separación y persecución en Portugal, para lo cual Pío X ya había
tomado las medidas oportunas. El Gobierno de Turquía envió un embajador
ante el Papa. Las relaciones entre la Santa Sede y las repúblicas de
América Latina eran buenas. Las delegaciones en Chile y la República
Argentina fueron elevadas a la categoría de internunciaturas, y se envió
un Delegado Apostólico a Centroamérica.
Naturalmente, la
solicitud de Pío X se extendió a su propia estancia, realizando un gran
trabajo de restauración en el Vaticano; por ejemplo, en las habitaciones
del cardenal-secretario de Estado, el nuevo palacio para los empleados,
una nueva galería de pinturas, la Specola, etc. Finalmente, no debemos
olvidar su generosa caridad en las calamidades públicas: durante los
grandes terremotos de Calabria, pidió la ayuda de todos los Católicos
del mundo, logrando reunir, al momento del último sismo, aproximadamente
7’000,000 de francos, que sirvieron para cubrir las necesidades de
quienes fueron afectados y para la construcción de iglesias, escuelas,
etc. Su caridad no fue menor en ocasión de la erupción del Vesubio y de
otros desastres fuera de Italia (Portugal e Irlanda). En pocos años, Pío
X obtuvo resultados magníficos y duraderos en interés de conservar la
doctrina y disciplina Católicas, aún enfrentando grandes dificultades de
todo tipo. Hasta los no Católicos reconocen su espíritu apostólico, su
fortaleza de carácter, la precisión de sus decisiones y su búsqueda de
un programa claro y explícito.
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