Con mucho gusto hoy 19 de marzo, festividad de San José, me place publicar en este blog dos hermosos documentos pontificios sobre este santísimo varón; quien es esposo castísimo de la Santísima Virgen María, y padre putativo de Nuestro Señor Jesucristo, de quien además San Alfonso María Ligorio (Doctor de la Iglesia) dijo: "no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto
en méritos y santificación que aventajó a todos los santos".
La primera es una Carta Encíclica del Papa León XIII, titulada Quamquam Pluries (sobre la Devoción a San José); y la segunda un Motu Proprio del Papa Benedicto XV, titulado Bonum Sane Et Salutare (sobre las solemnidades del 50° aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Católica).
QUAMQUAM
PLURIES
Sobre la devoción a San José
Sobre la devoción a San José
Carta
encíclica
del Papa León XIII
promulgada el 15 de agosto de 1889
del Papa León XIII
promulgada el 15 de agosto de 1889
A Nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos y
otros Ordinarios, en Paz y Unión con la Sede Apostólica.
1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan
oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del
Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará
como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como oportuno
para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante períodos de tensión y de
prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es
permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia
suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector,
recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen
María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas
piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido
siempre, tarde o temprano, hecha patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes
conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la
religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de
miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas,
disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación
diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de
Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable
guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión
socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son,
en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las
profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de
los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan
infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace
necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario
dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y
constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de
octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra
Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que
participen de las actividades de este mes, si es posible, con aun mayor piedad
y constancia que hasta ahora. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la
maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano
nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su
poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora
renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen
humildes y constantes plegarias? No, por el contrario creemos en que su
intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle
nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos
tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en
ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más
favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y
prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el
pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con
la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad
de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta
devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy,
sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya
se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto
la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente
incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro
tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro
predecesor, proclamase, dando su consentimiento al pedido de un gran número de
obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y
puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se
introduzca en las diarias prácticas de piedad de los católicos, Nos deseamos
exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra
autoridad.
3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado
especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera
muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él
es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad,
su santidad, su gloria.
Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede
existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó
un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la
Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que
ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de
por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José
como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo
de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase,
por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone
entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue
custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se
seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel
honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres.
De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en
la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio
legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso
entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas
responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a
su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo
que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de
la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un
refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la
compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un
padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho
de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos
los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los
supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el
primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus
hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de
cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su
cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual,
puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta
paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del
bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo
momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste
patrocinio a la Iglesia de Cristo.
4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas
consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran
número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los
tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero
por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia.
Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto
cuya relevancia no ha sido jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas
que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y
la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de
José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más
importante— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las
cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con
tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de "Salvador del
mundo". Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca.
Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos
de su amo y al vez brindó grandes servicio al reino entero, así también el
segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido
como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa
del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que
hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del
bienaventurado José.
Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la
paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de
fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y
protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de
José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos
entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y
obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos
y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su
ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en
matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del
Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el
necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los
más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo
no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser
singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las
pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su
Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se
sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de
todo.
5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven
con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos.
Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios
legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden
establecido, en primer instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero
el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener
tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los
pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los
hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado
José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor
compasión de ellos.
6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal,
Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá
de la mera letra de la ley— disponemos que durante todo el mes de octubre,
durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada una
oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta
costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les
concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una
práctica saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países,
consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios
ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al
menos deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada
parroquia, se celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de
marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a
los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas
de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de
obligación.
7. Como prenda de celestiales favores, y en testimonio de nuestra buena
voluntad, impartimos muy afectuosamente en el Señor, a ustedes, Venerables
Hermanos, a su clero y a su pueblo, la bendición apostólica.
Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889,
undécimo año de nuestro pontificado.BONUM SANE ET SALUTARE
Motu
Proprio de BENEDICTO
XV
Sobre las solemnidades del 50º aniversario
de la
declaración de San José
como Patrono de la Iglesia Católica
Del 25 de
julio de 1920
1. Motivo:
50º aniversario del Patronato de San José y aumento de su
culto
Bueno y
saludable para el nombre cristiano fue que Nuestro predecesor de inmortal
memoria, Pío IX, declarara Patrono de la Iglesia Católica a José, castísimo
esposo de la Madre de Dios y padre nutricio del Verbo Encarnado; y, por cuanto
en el próximo mes de Diciembre harán 50 años que auspiciosamente se efectuara
esa proclamación, creímos de mucha utilidad el que en todo el orbe se celebrase
la solemne conmemoración de este acontecimiento.
Al tender la
mirada retrospectiva sobre ese lapso del pasado, salta a la vista la aparición
de una no interrumpida serie de Institutos que indican que el culto al santísimo
Patriarca está sensiblemente creciendo entre los fieles cristianos hasta
nuestros días. Mas al contemplar de cerca las acerbas penalidades que afligen
hoy al género humano parece que debemos fomentar mucho más intensamente en el
pueblo este culto y propagarlo más extensamente.
2. Mayor
motivo de recurrir a San José: el naturalismo
En Nuestra
Encíclica "De Pacis Reconciliatione Christiana"[1]
en que considerábamos principalmente, las relaciones tanto entre los pueblos
como entre los individuos, señalábamos cuánto aún falta para lograr restablecer
la tranquilidad general del orden después de esa grave contienda de la guerra
pasada. Pero ahora debemos atender a otra causa de perturbación mucho más grave
por cuanto se infiltró en las mismas venas y entrañas sociedad humana; pues, se
comprende que en ese tiempo en que la calamidad de la guerra absorbía la
atención de los hombres, el naturalismo, esa peste perniciosísima del
siglo, los corrompiera totalmente y que, donde se desarrollaba bien, debilitaba
el deseo de los bienes celestiales, ahogaba las llamas de la caridad divina,
sustraía al hombre de la gracia de Cristo que sana y eleva y, despojándolo
finalmente de la luz de la fe y abandonándolo a las solas fuerzas enfermas y
corrompidas de la naturaleza, permitía las desenfrenadas concupiscencias del
corazón. Por cuanto demasiados hombres acariciaban ansias dirigidas
exclusivamente a las cosas caducas, y que entre los proletarios y ricos
reinaban celos y odios muy enconad os, la duración y magnitud de la guerra
aumentó las mutuas enemistades de clases y las hacía más agudas, especialmente
porque por un lado, para las masas causó una intolerable carestía de víveres y
por el otro, proporcionó a un grupo muy reducido una súbita abundancia de bienes
de fortuna.
3.
Relajación moral.
Sumóse a eso
que por la guerra en muchísimos hombres había sufrido no poco detrimento la
santidad de la fidelidad conyugal y el respeto a la patria potestad, por cuanto
la larga separación de los cónyuges relajó los lazos de sus mutuas obligaciones
y la ausencia del que las había de custodiar empujó, especialmente a los jóvenes
a la temeridad de lanzarse a una conducta más licenciosa.
Por lo
tanto, hemos de deplorar mucho más que antes que las costumbres sean más libres
y depravadas y que, por la misma razón, se agrave cada día más la que llaman
causa social, de modo que debemos temer males de gravedad
extrema.
4. El
comunismo extiende sus amenazas.
Pues, en los
deseos y la expectativa de cualquier desvergonzado se presenta como inminente ]a
aparición de cierta República Universal que como en principios fijos se basa en
la perfecta igualdad de los hombres y la común posesión de bienes, y en la cual
no habría diferencia alguna de nacionalidades ni se acataría la autoridad de los
padres sobre los hijos, ni la del poder público sobre los ciudadanos, ni la de
Dios sobre los hombres unidos en sociedad.
Si esto se
llevara a cabo no podría menos de haber una secuela de horrores espantosos; hoy
día ya existe esto en una no exigua parte de Europa que los experimenta y
siente. Ya vemos que se pretende producir esa misma situación en los demás
pueblos; y que, por eso, ya existen aquí y allá grandes turbas
revolucionarias porque las excitan el furor y la audacia de unos
pocos.
5. San
José remedio contra estos males.
Nos ante
todo, preocupados, naturalmente, por el curso de los acontecimientos, no
omitimos, ocasional mente, recordar sus deberes a los hijos de la Iglesia, como
en las recientes cartas al Obispo de Bérgamo y a los obispos de la región
véneta. Por la misma razón, para retener en su deber a todos los hombres que se
ganan el sustento por sus fuerzas y su trabajo donde quiera vivan, y
conservarlos inmunes del contagio del socialismo que es el enemigo más
acérrimo de la sabiduría cristiana, ante todo les proponemos fervorosamente a
San José para que lo elijan como guía particular de su vida y lo veneren como
patrono.
Pues, él
pasó, sus años llevando un género de vida similar al de ellos; y por esta misma
razón, Cristo-Dios, siendo como era el Unigénito del eterno Padre, quiso ser
llamado Hijo del Carpintero. Pero con ¡ cuántas y cuán eximias virtudes
adornó la humildad del lugar y de la fortuna, especialmente con aquéllas que
correspondían a aquel que era esposo de MARÍA Inmaculada y que se tenía por el
padre de Jesús, Nuestro Señor!
6. Elevar
la mirada a las cosas imperecederas.
Por esto,
aprendan todos en la escuela de San José a mirar todas las cosas que
pasan bajo la luz de las cosas futuras que permanecen y, consolándose, por las
incomodidades de la humana condición, con la esperanza de los bienes
celestiales, a encaminarse hacia ellos, obedeciendo a la voluntad de Dios,
conviene a saber: viviendo sobria, recta y piadosamente[2].
7. Cita
de León XIII sobre el respeto al orden establecido por
Dios.
Por lo que
respecta propiamente a los obreros, plácenos citar lo que Nuestro predecesor de
feliz recordación, LEÓN XIII dijo en una ocasión similar[3]: Los obreros y cuantos se ganan el
sustento con el salario de sus manos, pensando en estas cosas, deben levantar
los ánimos y sentir rectamente; que, aunque estén en su derecho, (cuando no se
opone la justicia), de salir de la pobreza y de lograr una mejor situación, la
razón y la justicia no permiten trastrocar el orden establecido por la
providencia de Dios. Insensato, empero, sería el propósito recurrir a la fuerza
y emprender algo semejante, mediante la sedición y el desorden, lo cual en la
mayoría de 1os casos causaría males mayores que aquellos que se tratan de
aliviar. No se fíen pues, los pobres, si quieren ser prudentes, de las promesas
de los hombres sediciosos sino que confíen en el ejemplo y el patrocinio de San
José, y así mismo en la maternal caridad de la Iglesia la cual en verdad se
preocupa de ellos cada día más solícitamente.
8. Frutos de
la devoción a San José para la vida del hogar y de la
sociedad
Si crece la
devoción a San José, el ambiente se hace al mismo tiempo más propicio a un
incremento de la devoción a la Sagrada Familia, cuya augusta cabeza fuera: una
devoción brotará espontáneamente de la otra. Pues, JOSÉ nos lleva derecho a
María, y por María llegamos a la fuente de toda santidad, a JESÚS, quien por su
obediencia a José y María consagró las virtudes del hogar.
Deseamos que
las familias cristianas se renueven a fondo y se hagan conformes a tantos
ejemplos de virtudes como ellos practicaron. Por cuanto la comunidad del género
humano se ha fundado sobre la familia se inyectará, bajo la universal influencia
de la virtud de Cristo, cierto nuevo vigor y una como nueva sangre en todos los
miembros de la sociedad humana, cuando la sociedad doméstica, comunidad, pues,
más religiosamente de castidad, concordia y fidelidad, goce de una mayor
firmeza; y de allí no sólo seguirá la enmienda de la costumbres de los
particulares sino también la de la vida común y del orden
civil.
9.
Exhortación papal a una mayor devoción a San José.
Nos, pues,
totalmente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y previsión
quiso Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y Madre de Dios,
propiciamos que todos los Obispos del orbe católico exhorten a todos los fieles
a implorar el auxilio de San José, tanto más insistentemente cuanto es más
adverso el tiempo a la causa cristiana.
Dado que
esta Sede Apostólica ha aprobado varios modos de venerar al Santo Patriarca,
ante todo, cada miércoles del año y por un mes entero determinado, deseamos que,
bajo la insistente admonición del Obispo, se practiquen todos ellos de ser
posible, en todas las Diócesis, en especial, empero, incumbe a Nuestros
Venerables Hermanos apoyar y fomentar con todo el peso de su autoridad e interés
las asociaciones piadosas, como la de la Buena Muerte, la del Tránsito
de San José y la de los Agonizantes, las cuales fueron fundadas para
implorar a San José por los agonizantes, porque con razón se considera a aquel
como eficacísimo protector de los moribundos a cuya muerte asistieron el mismo
Jesús y María.
10.
Plegaria e indulgencia.
Para
perpetua memoria, empero, del Decreto Pontificio que arriba mencionamos,
ordenamos y mandamos que dentro del año que comienza a correr el 8 de Diciembre
próximo, se hagan en todo el orbe católico solemnes súplicas, en el tiempo y
modo que parezca mejor a cada Obispo, en honor de San José, Esposo de la
Santísima Virgen y Patrono de la Iglesia Católica.
Todos
cuantos asistan a ellas podrán ganar para sí una indulgencia de sus pecados,
bajo las acostumbradas condiciones.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el día 25 de julio, en la fiesta de Santiago
Apóstol, en el año 1920, sexto de Nuestro pontificado. Benedicto
XV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario