SOBRE EL DIÁLOGO ENTORNO A LA FE
En primer lugar, es imposible que
exista diálogo entre el Reino de Dios y el reino del mal (Satanás). El reino
del mal es todo lo que se opone a Dios. Para un cristiano, el reino
del mal es todo lo que se opone a Cristo, es decir todo lo anticristiano.
Jesucristo no dialogaba con los
espíritus impuros, sino que los expulsaba sin miramientos, pues no puede haber
espíritu negociador, ni mucho menos compromisos entre el Reino de Dios y el
reino del mal.
Jesucristo Hijo de Dios
(Verdadero Dios y Verdadero Hombre), nos dijo “el que no está conmigo, está contra
mí” (Lc. 11, 23). Puede parecer intransigencia, pero en el evangelio de
Cristo no hay grises: o es blanco, o es negro; el bien, o el mal (nada de
relativismos).
El propio Jesucristo coloca a sus
enviados, es decir sus discípulos y apóstoles, y por consecuencia dentro de la
sucesión apostólica, a la Iglesia Católica y sus sacerdotes como transmisores
de su doctrina evangélica y afirmando a la vez que “quien a vosotros os escucha, a mi
me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza
a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc. 10, 16).
Lo anterior quiere decir que
rechazar a los enviados de Jesucristo (sacerdotes de la Iglesia Católica),
equivale a rechazar al mismo Jesucristo; y podemos tener como corolario del silogismo
que el mismo Señor nos presenta, que rechazar a Jesucristo equivale a rechazar
al que lo envió a Él: es decir a El Padre.
Los enviados de Jesucristo deben
ser “sal
de la tierra” y “luz
del mundo” (Mt. 5, 13-14). Esta “sal” que no se desvirtúa, y “luz” que
debe alumbrar a todos los hombres, se identifica con “las buenas obras y la
glorificación de vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 16).
El Señor nos pregunta: “Mas
si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?” (Mt. 5, 13). Seguidamente
es el mismo Jesucristo quien responde esa interrogante: esta sal “ya no
sirve para nada”.
Pero ¿cómo saber si la sal está
desvirtuada? Sólo con la ayuda de la Gracia Divina podemos estar seguros para
no caer en el error, es decir con la ayuda del Espíritu Santo. El Paráclito nos
iluminará, si le invocamos con fe, para entonces “conocer al árbol por su fruto”,
“porque
no hay árbol bueno que de fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que de
fruto bueno” (Lc. 6, 43-44).
El verdadero seguidor de Cristo
no dialoga, ni negocia compromisos con los que rechazan a Cristo, pues aquéllos
no son de Cristo. Según hemos visto, el propio Evangelio del Señor declara que los
que rechazan a Cristo, rechazan en consecuencia al Padre-Dios.
La forma de amar a nuestros
enemigos (Lc. 6-27), es decir a los que no están con Cristo y/o rechazan a
Cristo, es orar por ellos. Esto es
un mandato evangélico del mismo Cristo, en consecuencia el verdadero cristiano debe
amar y orar por los enemigos de la fe.
Dialogar, no implica dejar de conversar con espíritu
compasivo y misericordioso. Lo que es imposible, o más bien prohibitivo para
todo seguidor de Cristo, siempre desde el punto de vista terminológico y
filosófico de la acepción “diálogo”, es discutir sobre verdades de fe con la
intención de llegar a acuerdos relativos a dicha fe. Las verdades de fe de la
Iglesia Católica no son negociables.
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