La
caída de Lucifer con sus demonios desde el Monte Calvario al profundo
del infierno, fue más turbulenta y furiosa que cuando fue arrojado del Cielo. Y aunque siempre aquel lugar es tierra tenebrosa y cubierta de
las sombras de la muerte, de caliginosa (tenebrosa) confusión, de
miserias, tormentos y desorden, como dice el santo Job: pero en esta
ocasión fue mayor su infelicidad y turbación; porque los condenados
recibieron nuevo horror y accidental pena con la ferocidad y encuentros
que bajaron los demonios, y el despecho que rabiosos manifestaban.
Cierto es que no tienen potestad en el infierno para poner las almas a
su voluntad en lugares de mayor o menor tormento; porque esto lo
dispensa el poder de la divina justicia, según los deméritos de cada uno
de los condenados, porque con esta medida sean atormentados. Pero, a
más de la pena esencial, dispone el Justo Juez que puedan sucesivamente
padecer otras penas accidentales en algunas ocasiones; porque sus
pecados dejaron en el mundo raíces y muchos daños para otros que por su
causa se condenan, y el nuevo efecto de sus pecados no retratados les
causa estas penas. Atormentaron los demonios a Judas con nuevas penas,
por haber vendido y procurado la muerte a Cristo. Y conocieron entonces
que aquel lugar de tan formidables penas, donde le habían puesto, era
destinado para castigo de los que se condenasen con fe y sin obras, y
los que despreciasen de intento el culto de esta virtud y el fruto de la
redención humana. Y contra estos manifiestan los demonios mayor
indignación, como la concibieron contra Jesús y María.
Luego
que Lucifer tuvo permiso para esto y para levantarse del aterramiento
en que estuvo algún tiempo, procuró intimar a los demonios su nueva
soberbia contra el Señor. Para esto los convocó a todos, y puesto en
lugar eminente les habló, y dijo: A vosotros, que por tantos siglos
habéis seguido y seguiréis mi justa parcialidad en venganza de mis
agravios, es notorio el que ahora he recibido de este nuevo Hombre y
Dios, y como por espacio de treinta y tres años me ha traído engañado,
ocultándome el ser divino que tenía, y encubriendo las operaciones de su
alma, y alcanzando de nosotros el triunfo que ha ganado con la misma
muerte que para destruirle le procuramos. Antes que tomara carne humana
le aborrecí, y no me sujeté a reconocerle por más digno que yo de que
todos le adorasen como superior. Y aunque por esta resistencia fui
derribado del cielo con vosotros, y convertido en la fealdad que tengo,
indigna de mi grandeza y hermosura; pero más que todo esto me atormenta
hallarme tan vencido y oprimido de este Hombre y de su Madre. Desde el
día que fue criado el primer hombre los he buscado con desvelo para
destruirlos; y si no a ellos, a todas sus hechuras, y que ninguna le
admitiese por su Dios ni le siguiese, y que sus obras no resultasen en
beneficio de los hombres. Estos han sido mis deseos, estos mis cuidados y
conatos; pero en vano, pues me venció con su humildad y pobreza, me
quebrantó con su paciencia, y al aún me derribó del imperio que tenía en
el mundo con su pasión y afrentosa muerte. Esto me atormenta de manera,
que si a él le derribara de la diestra de su Padre, donde ya estará
triunfante, y a todos sus redimidos los trajera a estos infiernos, aun
no quedara mi enojo satisfecho, ni se aplacara mi furor.
¡Es
posible que la naturaleza humana, tan inferior a la mía, haya de ser
tan levantada sobre todas las criaturas! ¡Que ha de ser tan amada y
favorecida de su Criador que la juntase a sí mismo en la persona del
Verbo eterno! ¡Que antes de ejecutarse esta obra me hiciese guerra, y
después me quebrantase con tanta confusión mía! Siempre la tuve por
enemiga cruel; siempre me fue aborrecible e intolerable. ¡Oh hombres tan
favorecidos y regalados del Dios que yo aborrezco, y amados de su
ardiente caridad! ¿Cómo impediré vuestra dicha? ¿Cómo os haré infelices
cual yo soy, pues no puedo aniquilar el mismo ser que recibisteis? ¿Qué
haremos ahora, o vasallos míos? ¿Cómo restauráremos nuestro imperio?
¿Cómo cobraremos fuerzas contra el hombre? ¿Cómo podremos ya vencerle?
Porque si de hoy más no son los mortales insensibles ingratísimos, si no
son peores que nosotros contra este Hombre y Dios que con tanto amor
los ha redimido, claro está que todos le seguirán a porfía; todos le
darán el corazon y abrazarán su suave ley; ninguno admitirá nuestros
engaños; aborrecerán las honras que falsamente les ofrecemos, y amarán
el desprecio; querrán la mortificación de su carne, y conocerán el
peligro de los deleites; dejarán los tesoros y riquezas, y amarán la
pobreza que tanto honró su Maestro; y a todo cuanto nosotros pretendamos
aficionar sus apetitos, les será aborrecible por imitar a su verdadero
Redentor. Con esto se destruye nuestro reino, pues nadie vendrá con
nosotros a este lugar de confusión y tormentos; y todos alcanzarán la
felicidad que nosotros perdimos; todos se humillarán hasta el polvo, y
padecerán con paciencia, y no se logrará mi indignación y soberbia.
¡Oh
infeliz de mí, y qué tormento me causa mi propio engaño! Si le tenté en
el desierto fue darle ocasión para que con aquella victoria dejase
ejemplo a los hombres, y que en el mundo le hubiese tan eficaz para
vencerme. Si le perseguí, fue ocasionar la enseñanza de su humildad y
paciencia. Si persuadí a Judas que le vendiese, y a los judíos que con
mortal odio le atormentasen y pusiesen en la cruz, con estas diligencias
solicité mi ruina, y el remedio de los hombres, y que en el mundo
quedase aquella doctrina que yo pretendí extinguir. ¿Cómo se pudo
humillar tanto el que era Dios? ¿Cómo sufrió tanto de los hombres,
siendo tan malos? ¿Cómo yo mismo ayudé tanto para que la redención
humana fuese tan copiosa y admirable? ¡Oh qué fuerza tan divina la de
este Hombre, que así me atormenta y debilita! Aquella mi enemiga, Madre
suya, ¿cómo es tan invencible y poderosa contra mí? Nueva es en pura
criatura tal potencia, y sin duda la participa del Verbo eterno, a quien
vistió de carne. Siempre me hizo grande guerra el Todopoderoso por
medio de esta Mujer tan aborrecible a mi altivez, desde que la conocí en
su señal o idea. Pero si no se aplaca mi soberbia indignación, no me
despido de hacer perpetua guerra a este Redentor, a su Madre y a los
hombres. Ea, demonios de mi séquito, ahora es el tiempo de ejecutar la
ira contra Dios. Llegad todos a conferir conmigo por qué medios lo
haremos, que deseo en esto vuestro parecer."
A
esta formidable propuesta de Lucifer respondieron algunos demonios de
los más superiores, animándole con diversos arbitrios que fabricaron
para impedir el fruto de la redención en los hombres. Convinieron todos
en que no era posible ofender a la persona de Cristo, ni menguar el
valor inmenso de sus merecimientos, ni destruir la eficacia de los
Sacramentos, ni falsificar ni revocarla doctrina que Cristo había
predicado; mas que no obstante todo esto convenía que, conforme a las
nuevas causas, medios y favores que Dios había ordenado para el remedio
de los hombres, se inventasen allí nuevos modos de impedirlos,
pervirtiéndolos con mayores tentaciones y falacias. Para esto algunos
demonios de mayor astucia y malicia, dijeron: Verdad es que los hombres
tienen ya nueva doctrina y ley muy poderosa, tienen nuevos y eficaces
Sacramentos, nuevo ejemplar y maestro de las virtudes, y poderosa
intercesora y abogada en esta nueva Mujer; pero las inclinaciones y
pasiones de su carne y naturaleza siempre son unas mismas, y las cosas
deleitables y sensibles no se han mudado. Por este medio, añadiendo
nueva astucia, desharemos, en cuanto es de nuestra parte, lo que este
Dios y Hombre ha obrado por ellos; y les haremos poderosa guerra
procurando atraerlos con sugestiones, irritando sus pasiones, para que
con grande ímpetu las sigan, sin atender a otra cosa; y la condición
humana, tan tímida, embarazada en un objeto, no puede atender al
contrario.
Con
este arbitrio comenzaron de nuevo a repartir oficios entre los
demonios, para que con nueva astucia se encargasen como por cuadrillas
de diferentes vicios en que tentar a los hombres. Determinaron que se
procurase conservar en el mundo la idolatría, para que los hombres no
llegasen al conocimiento del verdadero Dios ni de la redención humana.
Si esta idolatría faltaba, arbitraron se inventasen nuevas sectas y
herejías en el mundo; y que para todo esto buscasen los hombres más
perversos y de inclinaciones depravadas que primero las admitiesen, y
fuesen maestros y cabezas de los errores. Y allí fueron fraguadas en el
pecho de aquellas venenosas serpientes la secta de Mahoma, las herejías
de Arrio, de Pelagio, de Nestorio, y cuantas se han conocido en el
mundo, desde la primitiva Iglesia hasta ahora, y otras que tienen
maquinadas, que ni es necesario ni conveniente referirlas. Este infernal
arbitrio aprobó Lucifer, porque se oponía a la divina verdad, y
destruía el fundamento de la salud humana, que consiste en la fe divina.
A los demonios, que lo intentaron y se encargaron de buscar hombres
impíos para introducir estos errores, los alabó y acarició, y los puso a
su lado.
Otros
demonios tomaron por su cuenta pervertir las inclinaciones de los
niños, observando las de su generación y nacimiento. Otros de hacer
negligentes a sus padres en la educación y doctrina de los hijos, o por
demasiado amor, o aborrecimiento, y que los hijos aborreciesen a sus
padres. Otros se ofrecieron a poner odio entre los maridos y mujeres, y
facilitarles los adulterios, y despreciar la justicia y fidelidad que se
deben. Todos convinieron en que sembrarían entre los hombres rencillas,
odios, discordias y venganzas, y para esto los moviesen con sugestiones
falsas, con inclinaciones soberbias y sensuales, con avaricia y deseo
de honras y dignidades, y les propusiesen razones aparentes contra todas
las virtudes que Cristo había enseñado; y sobre todo divirtiesen a los
mortales de la memoria de su pasión y muerte, y del remedio de la
redención, de las penas del infierno y de su eternidad. Y por estos
medios les pareció a todos los demonios que los hombres ocuparían sus
potencias y cuidados en las cosas deleitables y sensuales, y no les
quedaría atención ni consideración de las espirituales, ni de su propia
salvación.
Oyó
Lucifer estos y otros arbitrios de los demonios, y respondiendo dijo:
Con vuestros pareceres quedo muy obligado, todos los admito y apruebo, y
todo será fácil de alcanzar con los que no profesaren la ley que este
Redentor ha dado a los hombres. Pero en los que la admitan y abracen,
dificultosa empresa será. Más en ella y contra estos pretendo estrenar
mi saña y furor, y perseguir acerbísimamente a los que oyeren la
doctrina de este Redentor y le siguieren; y contra ellos ha de ser
nuestra guerra sangrienta hasta el fin del mundo. En esta nueva Iglesia
he de procurar sobresembrar mi cizaña, las ambiciones, la codicia, la
sensualidad y los mortales odios, con todos los vicios de que soy
cabeza. Porque si una vez se multiplican y crecen los pecados entre los
fieles, con estas injurias y su pesada ingratitud irritarán a Dios para
que les niegue con justicia los auxilios de la gracia que les deja su
Redentor tan merecidos; y si con sus pecados se privan de este camino de
su remedio, segura tendremos la Vitoria contra ellos. También es
necesario trabajemos en quitarles la piedad, y todo lo que es espiritual
y divino; que no entiendan la virtud de los Sacramentos, o que los
reciban en pecado, y cuando no le tengan, que sea sin fervor ni
devoción; que como estos beneficios son espirituales, es menester
admitirlos con afecto de voluntad, para que tenga más fruto quien los
usare. Y si una vez llegaren a despreciar la medicina, tarde recuperarán
la salud, y resistirán menos a nuestras tentaciones; no conocerán
nuestros engaños, olvidarán los beneficios, no estimarán la memoria de
su propio Redentor, ni la intercesión de su Madre; y esta feísima
ingratitud los hará indignos de la gracia, e irritado su Dios y Salvador
se la niegue. En esto quiero que todos me ayudéis con grande esfuerzo,
no perdiendo tiempo ni ocasión de ejecutar lo que os mando.
No
es posible referir los arbitrios que maquinó el dragón con sus aliados
en esta ocasión contra la Santa Iglesia y sus hijos, para que estas
aguas del Jordán entrasen en su boca. Basta decir que les duró esta
conferencia casi un año entero después de la muerte de Cristo, y
considerar el estado que ha tenido el mundo y el que tiene después de
haber crucificado a Cristo nuestro Bien y Maestro, y haber manifestado
su Majestad la verdad de su fe con tantas luces de milagros, beneficios y
ejemplos de varones santos. Y si todo esto no basta para reducir a los
mortales al camino de la salud, bien se deja entender cuánto ha podido
Lucifer con ellos, y que su ira es tan grande, que podemos decir con san
Juan: ¡Ay de la tierra, que baja a vosotros Satanás lleno de
indignación y furor! Mas ¡ay dolor, que verdades tan infalibles como
estas y tan importantes para conocer nuestro peligro, y excusarle con
todas nuestras fuerzas, estén hoy tan borradas de la memoria de los
mortales con tan irreparables daños del mundo! El enemigo astuto, cruel y
vigilante; ¡nosotros dormidos, descuidados y flacos! ¿Qué maravilla es
que Lucifer se haya apoderado tanto del mundo, si muchos le oyen, le
admiten y siguen sus engaños, y pocos le resisten, porque se olvidan de
la eterna muerte que con inculpable indignación y malicia les procura?
Pido yo a los que esto leyeren, no quieran olvidar tan formidable
peligro. Y si no le conocen por el estado del mundo y sus desdichas, y
por los daños que cada uno experimenta en sí mismo, conózcalo a lo menos
por la medicina y remedios tantos y tan poderosos, que dejó en la
Iglesia nuestro Salvador y Maestro, pues no aplicara tan abundante
antídoto, si nuestra dolencia y peligro de morir eternamente no fuera
tan grande y formidable.
“MÍSTICA CIUDAD DE DIOS”